El año había sido muy seco y los pastos escasos; apenas si se encontraban zonas para alimentar al ganado.
Aunque el amo sabía que sería complicado, había decidido mandar una punta de ganado a la zona del “Tomillar”; hacía años que nadie se aventuraba por esos parajes. Los lugareños, toscos, desconfiados y extremadamente supersticiosos hablaban de espíritus, aparecidos y sobre todo de gurriples.
Mandó llamar a todos los pastores y les expuso la situación, alguno de ellos debería trasladarse al cortijo durante los próximos meses y pastorear en la zona hasta que se acabasen los pastos.
Las caras de los reunidos mostraban el pánico que sentían nada más escuchar hablar del cortijo del Tomillar…. Todos conocían a la perfección las historias que circulaban por la zona “desde siempre”.
Se ofreció un cordero por cada mes de estancia en la zona además de la paga habitual ( 15 panes, una arroba de aceite y otra de harina); fue en ese momento cuando Miguel, hombre bonachón y descreído, dio un paso al frente y se ofreció voluntario para la tarea. Hacía unas semanas que se había trasladado desde La Solana, donde se había criado desde niño, siempre con el ganado al que cuidaba desde la edad de 7 años. Conocía bien las leyendas de la zona y siempre bromeaba con mayorales y zagales.
Su padre había muerto siendo el muy niño y era habitual que cuando se hablaba de espíritus y aparecidos, comentase que a él le gustaría que se le apareciese cualquier espíritu, a ser posible su padre (demostraba con ello la añoranza que siempre sintió)
- ¿Y que harías si se te apareciese tu padre? Miguel…
Se burlaban sus compañeros..
- Nada; hablaría con el y le preguntaría que tal se está en la otra vida, si se pena tanto como en esta o si es cierto lo que nos cuenta el cura y se está mejor…
Charlas como esta eran habituales junto a la lumbre, en las frías y largas noches de invierno.
Preparó Miguel el ato bien acomodado sobre la borriquilla, y acompañado por su perro “banderas” y por 225 ovejas, se encaminó hacia el cortijo, llegando casi a la anochecida.
Encontró el cortijo bastante bien conservado a pesar de los años sin habitar. Había en él cacharros de cocina, mantas y varios enseres que demostraban que los últimos moradores se habían marchado sin “recoger” . Encendió la lumbre preparó la cena y durmió toda la noche.
Por la mañana sacó las ovejas del corral y se encaminó a los pastos cercanos, volviendo al anochecer al cortijo.
Esa fue la rutina diaria, sin que nada ni nadie lo molestase.
Una tarde ya cerca del cortijo, vio como se estaban descosiendo sus abarcas y recordó que no había traído material ni herramienta para reparaciones de este tipo, no se preocupó ya que estaba acostumbrado a improvisar y solucionar problemas mucho más importantes que este.
Al llegar al cortijo buscó entre los escasos bartulos y al ver un bote bastante oxidado y con una tapa, pensó que quizás en él encontraría bramante y una aguja para la reparación pendiente. Le costó abrir el bote, y al conseguirlo la sorpresa fue mayúscula:
Cientos de pequeños seres salieron y lo rodearon bailando y cantando: Aquí me tienes con mis castañetones… currucucu cus cus cus tras. Aquí me tienes que me mandas.
Miguel no salía de su asombro aunque demostró mas curiosidad que miedo… aquellos “bichos”, pequeños enanos, parecían inofensivos, aunque tremendamente “cansinos” aquí me tienes con mis castañetones , aquí me tienes…. Bailaban y lo rodeaban creando un ambiente tenso e insufrible. Miguel no podía pensar, estaba muy sofocado…
Aquí me tienes, que me mandas, aquí me tienes que me mandas…..
Después de unos minutos que parecieron interminables ideó una respuesta improvisada:
Ciento a por agua, ciento a por leña, ciento a emparejarla y ciento a traerla.
Inmediatamente desaparecieron los gurriples y la calma fue absoluta. Respiró Miguel y pensó en como librarse de semejante plaga, eran insoportables con sus cánticos y bailes.
Apenas unos minutos más y la leñera estaba a rebosar con la leña perfectamente colocada. Todos los tornajos y recipientes estaban llenos de agua… los trabajos encomendados se habían realizado a la perfección “en un visto y no visto”.
Los gurriples volvieron a rodear a Miguel y repitieron de nuevo sus canticos…. Aquí me tienes con mis castañetones currucucu cu cu cus tras .. aquí me tienes que me mandas… aquí me tienes que me mandas…. En ese momento Miguel abrió el bote y dijo: Meteos todos aquí, e inmediatamente cumplieron la orden. Puso la tapa y colocó el bote donde lo había encontrado. En los dos meses siguientes que Miguel permaneció en el cortijo, solía observar el bote desde su catre, pero “ni por asomo” se le ocurrió volver a abrirlo.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
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