martes, 16 de marzo de 2010

LA SOGA

Durante 27 generaciones la familia Mc´ Mecar del condado de Infants cumplió fielmente con la tradición de siglos atrás . Una vez al año, todos los miembros de la familia se reunían en la heredad familiar. Cada uno de ellos acudía con un trozo de cuerda, elaborado con el abundante esparto que se encontraba en la zona. Juntábanse todos los familiares y en un ritual ancestral iban tejiendo una soga, añadiendo cada uno su trocito de cuerda.
Cada año la familia aumentaba de tamaño, y cada año aumentaba la soga tanto en longitud como en grosor, de este modo ya en el siglo V la soga tenía unas dimensiones descomunales y aunque nadie recordaba ya la razón ni la finalidad de esta mastodóntica obra, nadie osaba romper con la ceremonia anual.
En el siglo XVI cuando la obra tenía ya tal tamaño que era visible desde las lejanas montañas; nació el último heredero de la saga y fue presentado al clan (formado ahora por miles de miembros).
Uno a uno fueron pasando todos los familiares, para rendir pleitesía al nuevo lider. Todos sin excepción, sintieron una especie de escalofrío al mirar sus ojos, algo inexplicable, una sensación colectiva única, una llamada de la sangre, que les indicaba que su obra había terminado y que este niño que ahora contemplaban era la razón y el depositario del legado familiar.
Así fue como Dalex Mc´ Mecar nombrado de manera unánime por el clan como dueño y señor de todas las tradiciones familiares, recibió la soga que desde ese momento se consideró terminada.
Apenas tenía dos años y su madre ya intuía que el niño estaba íntimamente ligado a la infinita maroma. En algún modo dependía de ella, de forma que apenas se alejaban unos kilómetros y parecía perder su humanidad.
En su séptimo cumpleaños durante la fiesta infantil Dalex desprendió un diminuto trozo de la soga, apenas un pequeño cordel y lo dividió entre todos sus pequeños amigos. Notaron todos los reunidos como se establecía un vínculo especial entre los niños y el heredero.
Pocos años después al cumplir su mayoría de edad, consciente del poder que le otorgaba la soga, optó por repartir trozos por doquier, creando ataduras invisibles entre cuantas personas le rodeaban.
Siendo la persona más conocida y amada de toda la comarca, parecía repartir la felicidad y el amor entre cuantos le rodeaban, si bien se sentía obligado hacia todos ellos, ayudando a todo aquel poseedor de un trozo de cuerda tanto si este lo solicitaba como si era él quien en algún momento intuía dicha necesidad.
Un tiempo después visitó la comarca una extraordinaria joven,Ariasu era su nombre y era hija de un terrateniente vecino. Apenas la miró a los ojos quedó como hipnotizado, su belleza era algo nunca visto y su porte admirable. Una criatura perfecta, casi etérea de la que quedó prendado.
Ariasu por su parte apenas si se fijó en él. A pesar de unas primeras dudas sobre si utilizar o no su poder, el no fue capaz de aguantar dos desplantes y mandó tejer una hermosa cesta con esparto procedente de la soga. Llenó la preciosa cesta de las mejores flores y la envió a su enamorada. Esta quedó encantada con el presente y al mismo tiempo notó que sus sentimientos hacia el cambiaban, enamorándose al instante y aceptando de buen grado a su enamorado. Apenas unos meses después se casaban e iniciaban una vida de felicidad plena.
Durante su larga vida siguió Dalex con sus costumbres, dando a todo aquel que le solicitaba y ayudando a cuantos con él estaban “enlazados”. Ella por su parte recibía continuos presentes, casi todos ellos elaborados por el mejor maestro espartero del país con trozos de una maroma que parecía no disminuir, aunque perdía consistencia y fuerza. Diose cuenta el prócer de esta perdida de firmeza y se preguntó por la causa. Después de meses de investigación vio que cada vez que satisfacía un deseo o necesidad de uno de sus correligionarios, la soga se debilitaba y tanto más cuanto mayor era el vínculo con la persona. De este modo ya cercana su muerte descubrió que su amada había recibido a lo largo de los años una parte muy considerable de su mágico regalo y por lo tanto también, había satisfecho hasta el más mínimo capricho de ella, cada nuevo antojo de la bella debilitaba la soga.
Enfermo en el lecho de muerte, ella deseó fuertemente que no le faltase su cariño nunca. Fue tan grande su deseo que el maravilloso “artefacto” no aguantó la presión y se rompió en mil pedazos.
Ariasu le miró fijamente a los ojos y preguntó ¿que hago aquí?